La sociedad de la imposibilidad.
- Ramiro Urgilés Córdova

- 13 ago 2021
- 6 Min. de lectura
“Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación”.
Charles Dickens.

Renné Magritte. The False Mirror Paris 1929.
Un fantasma recorre la faz de la Tierra al tiempo que la historicidad se retuerce entre un valle de muertos, los fosos ya se encontraban cavados y las lápidas se encontraban inscritas…
La historicidad occidental se ha configurado como un cúmulo de sucesos, desaciertos e interpretaciones, pese a ello cada cierto tiempo durante breves fragmentos de tiempo es posible distinguir sobre la bruma de cada época algún resquicio de luz que permite evaluar el pasado con relativa exactitud, en ese sentido propongo por lo menos tres grandes ejes problemáticos que deben ser analizados, a saber: a) la segunda crisis de la moral universal que se ha producido desde el inicio de la modernidad tardía (la primera se originó a raíz de la Segunda Guerra Mundial y se manifestó renovada en los males del capitalismo estadounidense y del colectivismo ruso cuanto chino) caracterizada porque a más de presentarse conflictos en relación a los dilemas éticos meta-históricos el hombre es incapaz de explicar los fenómenos que se han gestado a causa de la propia razón instrumental, configurándose de esa manera lo que Erich Fromm denominó esperanza enlutada que consiste en la espera de mejores tiempos cuando las promesas del iluminismo han fracasado, b) el triunfo del capitalismo como esquema económico dominante ha traído considerables problemas en la distribución de recursos en especial en cuanto a la consideración de la existencia de un problema meta económico que ha legitimado la existencia de modelos manifiestamente injustos —que carecen de una explicación racional más allá de lo que manifiestan los teóricos liberales— de igual manera parece casi imposible pensar en la existencia de una vía alterna al capitalismo que permita solventar las necesidades de un gigantesco —por no decir espantoso— conglomerado que se asienta sobre la dispersión valorativa del hombre contemporáneo, c) el sustrato político o factum brutum —en palabras de Carl Schmitt— se encuentra en condiciones deplorables, a raíz de la caída de la forma política del marxismo se ha dibujado un vacío fondo social en el que se erige cual símbolo de la decadencia propia de este periodo —que podríamos denominar interregno siguiendo a Massimo La Torre— un bucle fatídico en el que luchan tomados de la mano el supuesto progresismo de nuestra época y sus antítesis reaccionarias (igualmente liberales).
La segunda crisis de la moral universal se caracteriza porque a más de presentarse conflictos en relación a los dilemas éticos el hombre es incapaz de explicar los fenómenos que se han gestado a causa de la razón instrumental.
En relación a la crisis metafísica del hombre contemporáneo considero factible distinguir al menos dos fenómenos sobre los que vale la pena meditar, el primero corresponde al olvido del ser denunciado por Martin Heidegger hace cien años, vale la pena mencionar que dicho fenómeno reviste al momento dimensiones insospechadas para los teóricos del siglo XX, debido a que el Leviatán de la actualidad no es político ni contractual sino económico, la teoría del valor capitalista ha cercado y fagocitado todos los aspectos de la vida, a consecuencia de esto aquello lo que no es tangible o sujeto a valoración monetaria parece haber dejado de existir, se ha vuelto irrelevante o ha terminado sucumbiendo ante el destierro colectivo bajo sofisticados mecanismos de ocultamiento y legitimación, parece que hemos eliminado progresivamente cualquier posible contacto con lo que no sea inmanente y de esa forma parece que habitamos la distopía magistralmente propuesta por Aldous Huxley en “Un mundo feliz” en la que los individuos absolutamente libres (en el sentido propuesto por la ética antropológica liberal) se han encargado de erradicar el sentido del nacimiento, la muerte y el amor que son remplazados por un frenesí de soma que en nuestro mundo podría equipararse a la orgía de valores y sentidos que las generaciones de hoy empiezan a usufructuar.
El Leviatán de la actualidad no es político ni contractual sino económico.





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